viernes, 26 de agosto de 2011

René Higuita: El hombre del escorpión

«Imposible pensar este fin y este pesar sin alabar a Dios que me tiene en estos momentos acá, reunido con todos ustedes».

El 7 de diciembre de 1995, en un partido amistoso entre Londres y una selección conformada por los mejores jugadores de fútbol de América, se realizaría una jugada que daría la vuelta al mundo.


René Higuita, el portero de la selección “América”, en vez de atajar un tiro con las manos, se lanza de manera improvista hacia delante y en pleno aire golpea el balón con las plantas de los pies a modo de escorpión (de ahí el nombre de su jugada), logrando uno de los paradones más espectaculares en la historia del fútbol mundial.

Sin embargo, el espectáculo de esta jugada y su genio no se queda ahí. René Higuita también cobraba penaltis, metía goles de tiros libres y, de vez, en cuando le gustaba regatear a los delanteros adentrándose hasta la media cancha con el balón, poniendo a los hinchas con los “pelos de punta”.

Este hombre, al que le tocó una época “maravillosa” con los mejores del fútbol colombiano -el “pibe” Valderrama, Leonel Álvarez, Fredy Rincón, por mencionar algunos, así como con el asesinado Andrés Escobar- ha puesto fin a su carrera futbolística como profesional, saliendo por la puerta grande.

Fue el 24 de enero de 2010, en el estadio Atanasio Girardot de Medellín, ante más de veinte mil personas, que se reunieron para ver jugar por última vez a la que fuera una de las glorias del fútbol colombiano. En un partido amistoso con sus antiguos compañeros, en el que no faltó su afamado “escorpión”, así como un golazo de tiro libre, este hombre toma el micrófono y sin pena ni escrúpulos, y con lágrimas en los ojos, dice así:

«Imposible pensar este fin y este pesar sin alabar a Dios que me tiene en estos momentos acá, reunido con todos ustedes».


René comienza a llorar y una ovación se escucha por todo el estadio. Luego sigue:

«Recuerdo a las personas con dificultades, en las cárceles y en los hospitales, a los niños enfermos […] Imposible olvidar a los que ya no están, los amigos y compañeros que se nos fueron: ellos están hoy siempre conmigo…».

Dice José Martí que la grandeza de un hombre, no se mide por el terreno que ocupan sus pies, sino por el horizonte que descubren sus ojos. Por eso, enhorabuena a René Higuita, que en vez de salir buscando honores, rinde honores a Aquél al que le debe su talento. Y en vez de buscar su vanagloria, agradece. Ahora sí que a René le salió bien su escorpión, y su aguijonazo nos inyectó el “veneno” de la humanidad.



Autor: Santiago Giraldo Valencia, L.C. |

jueves, 18 de agosto de 2011

Kim Phuc y el abrazo redentor

Solamente cuando encontré la fe, se atenuó el dolor de las llagas de mi corazón

¿Qué harías si te encontraras delante de una persona que te ha hecho un terrible mal? Específicamente, ¿qué reacción tendrías ante alguien que ha asesinado a tu familia?




Si el parámetro de nuestras acciones lo marcara lo que Hollywood u otros modelos nos facilitan, la respuesta sería obvia: «¡Denme una pistola inmediatamente, que pienso matar a este desgraciado!». Es algo comprensible, después de todo. Pero la respuesta de Kim Phuc a este dilema fue diametralmente opuesta.

Vietnam, 8 de junio de 1972. Un consejero militar estadounidense coordina el bombardeo de la aldea en que Kim vive; las bombas contienen napalm, un combustible gelatinoso que, en palabras de Kim misma, se siente como «quemarte con gasolina por debajo de la piel». En ese entonces, ella contaba con sólo nueve años y la foto en que aparece corriendo desnuda por un sendero y llorando, con el cuerpo quemado por el napalm, se convirtió en un símbolo.

Tras huir de aquel infierno, en donde toda su familia perdió la vida, tuvo que recorrer otro igualmente terrible: catorce meses de recuperación por las gravísimas quemaduras, con diecisiete operaciones y catorce años posteriores de terapia.

Diez años después de aquel día, en 1982, y después de tanto sufrimiento, Kim tuvo un sueño: quería estudiar medicina. Entró en la facultad, en Saigón. Pero soñar en un régimen comunista no es siempre posible; así nos lo cuenta ella:

«Por desgracia los agentes del gobierno se enteraron de que yo era la niñita de la foto y vinieron a buscarme para hacerme trabajar con ellos y utilizarme como símbolo. Yo no quería y les supliqué: “¡Déjenme estudiar! Es lo único que deseo”. Entonces, me prohibieron inmediatamente que siguiera estudiando. […] Tenía la impresión de haber sido siempre una víctima. A mis 19 años había perdido toda esperanza y sólo deseaba morir ».

Por fin, y tras muchos ruegos, en 1986 el gobierno permitió a Kim trasladarse a Cuba para estudiar medicina. Ahí conoció a Bui Huy Toan, otro estudiante vietnamita. Se casaron en 1992 y pasaron su luna de miel en Moscú. En el vuelo de regreso a la isla caribeña, la pareja huyó cuando su avión aterrizó en Gander (Terranova) para repostar combustible.

Hoy, Kim vive en Canadá con su marido y sus dos hijos, Thomas y Stephen. A quien le pregunta qué ha sido lo más difícil de todo su calvario ella no duda en responder:

«Sin duda alguna ha sido perdonar. Perdonar a los que mataron a mi familia, a los que incendiaron mi país; perdonar a quienes se empeñaron en utilizarme sin importarles mi vida personal…».

Y continúa: «La primera vez que leí las palabras de Jesús “ama a tus enemigos”, ni las entendí ni sabía cómo hacerlo. Soy humana, tengo mucho dolor, muchas cicatrices y he sido víctima mucho tiempo. ¿Perdonar? Eso me resultaba imposible. Tuve que rezar mucho y no fue fácil… pero, con la ayuda de Dios, finalmente lo logré».

Efectivamente, en 1996, la Fundación para la Memoria de los Veteranos de Vietnam la invitó a Washington, en donde conoció a John Plummer, el piloto que vació las bombas sobre su aldea.

Sería imposible imaginar lo que el corazón de ambos sentiría al verse cara a cara. Pero sí sabemos cuál fue la reacción de Kim: manifestó públicamente su perdón al piloto y, emocionados, sellaron el acto con un abrazo. El hombre dijo: «Es como si me hubieran quitado de mis hombros el peso del mundo entero».

Si no fuera por las cicatrices de su cuerpo, al ver hoy a Kim con su sonrisa permanente y su buen humor, nadie imaginaría su drama personal. Y la pregunta nos viene natural: ¿cuál es el secreto para poder perdonar de una manera tan contundente? Es ella misma la que responde:

Kim Phuc ayer y hoy

«La foto de la niñita corriendo desnuda mientras su cuerpecito arde por el napalm es un símbolo de la guerra, pero mi vida es un símbolo de amor, esperanza y perdón. Solamente cuando encontré la fe, se atenuó el dolor de las llagas de mi corazón».



Autor: Juan Antonio Ruiz J., L.C. |
Fuente: www.buenas-noticias.org
http://es.catholic.net/buenasnoticias/articulo.php?id=46097

domingo, 14 de agosto de 2011

A los 80, don Julio vuelve a la universidad

 


Es jubilado, cobra la mínima, por eso la UCA le dio una beca completa
(Foto: E. Rodríguez Moreno)

Se le encienden sus ojos claros cuando recuerda sus trabajos, sus estudios y sus ganas de seguir a pesar de las adversidades. Le cambia el tono de voz cuando recuerda cómo tuvo que irse de algunas fábricas o cuando habla de sus hermanos. Sin embargo, Diolindo Honorio Julio Marcos, un cordobés adoptado por Rosario desde muy pequeño, plantea que la vida es crecimiento personal, un aprendizaje continuo. Por eso, a sus 80 años decidió empezar la carrera de licenciado en administración de empresas en la Universidad Católica Argentina (UCA) y plantea que le gustaría tener una chance con algún trabajo digno. Vive en el geriátrico provincial y subsiste con una escasa jubilación que apenas llega a los 1.200 pesos.

Don Julio, como lo conocen en el ámbito de la facultad, habla sin parar aunque prefiere esquivar algunos temas de su vida privada. Nació en Inriville, provincia de Córdoba, el 9 de julio de 1931. Su padre, un español de la región de Castilla, y su madre, junto a un hermano y una hermana mayor, decidieron muy pronto radicarse en Rosario. Don Marcos siguió trabajando en un campo que tenía cerca de Cruz Alta, en una colonia agrícola que se llama 25 de Mayo.

“Vivimos al principio en una casa en la zona sur, en San Martín y Olegario Víctor Andrade. Después nos mudamos a Garay y Entre Ríos. Hice la primaria en la escuela Juan Lavalle, en Uriburu y Buenos AIres, y el secundario lo hice en la Técnica que estaba en Buenos Aires entre San Luis y San Juan. Ahí era un ciclo básico y después me pasé al Industrial de la Nación, el que ahora es el Politécnico. Y ahí terminé la carrera de técnico mecánico”, le cuenta a La Capital con entusiasmo y verborragia.

Del estudio al trabajo hubo un corto paso. “Un hermano mío se puso una empresa de materiales de construcción y le di una mano durante un año. Instalé motores, hice la parte eléctrica. Después, para seguir lo mío, me fui a trabajar a una fábrica de máquinas de coser. Ahí estuve un tiempo, pero siempre traté de abrirme paso hacia una especialidad. Entonces uno de los jefes de esa empresa me invitó a ir a probarme a una fábrica de cuchillos en la zona oeste, en Godoy y Provincias Unidas. Había máquinas de todo tipo y me sentía a gusto”, continúa con el relato don Julio mientras un café servido hace algunos minutos espera por el primer sorbo.

Trayectoria laboral
Llegó el tiempo de los trabajos más importantes, como cuando le tocó ir a trabajar a Acinfer (Aceros Industrias Ferroviarias), una empresa también propiedad de la familia Acevedo —propietaria por entonces de Acíndar—, en donde se hacían piezas para el ferrocarril.

Pero el trabajo no era todo para Julio. “Mientras iba a la fábrica yo seguía estudiando —comenta—, hacía cursos de actualización, iba a conferencias. Empecé la Facultad de Ingeniería para seguir mecánica. No me recibí pero siempre seguí. Después me especialicé en empostado y tratamiento térmico. Salí de Acinfer y entré en John Deere. Allí necesité de la especialidad, que era tratamiento térmico y forjado. Estuve siete años, del 63 al 70. Y después entré en Somisa durante 9 años, hasta el 81, y trabajé en un proceso nuevo de tratamiento del acero”.

Libros a cuestas
Plantea que después de esa experiencia siguió haciendo cosas por su cuenta, pero siempre con los libros a cuestas. Sin embargo, explica que su jubilación fue un tanto traumática. “Yo cobro la mínima, unos 1.200 pesos y con eso tengo que subsistir. Es que no llegué a juntar los años de aporte. Lo que pasa en cada trabajo había disputas que me trabaron mucho. A mí no me sacaron de la fábrica por otras cuestiones, que no eran políticas ni gremiales porque no participaba en eso. Desde el punto de vista laboral nunca me achacaron nada, pero el problema era la discriminación”, resume sin entrar en mayores detalles, como si le molestara profundizar.

El no poder asentarse económicamente le trajo inconvenientes de fondo. “No puedo vivir en una casa propia porque no tengo recursos. Tengo estudios, estoy capacitado, pero nunca pude vivir bien. Me costó mucho encontrar el camino para mi especialidad. Yo estaba en la casa de mis padres. Después me quedé con mi mamá, pero ella se fue a vivir con mi hermana mayor y la casa se vendió en el 92. Había un momento de crisis muy grande y a me costaba ubicarme. Alquilaba pero por ahí no se conseguía trabajo. Por eso me fui al geriátrico municipal, aunque yo no estoy mucho tiempo allí, no me siento parte porque no tengo un lugar mío para estudiar. Y la mesa donde se come no siempre se puede utilizar para poner los libros porque molesto a los demás. Entonces me vengo a la facultad y aprovecho la biblioteca, me tomo un café y leo y estudio”, aclara sin tampoco dar mayores precisiones de su vida privada.

Los años fueron pasando pero las ganas de aprender seguían vigentes. “Yo siempre pensé en estudiar. Desde los 12 años, cuando elegí el camino de lo que iba a hacer”, argumenta don Julio. Su último trabajo fue en un taller de camiones pero tampoco lo conformaba, sus ansias de aprender podían más. “Entonces me puse a estudiar otra vez y en 2006 comencé en la UCA la diplomatura en gestión comercial. Era una necesidad, la misma que tengo ahora de volver a estudiar. Una necesidad personal, psíquica, moral y hasta económica. Necesitaría tener un trabajo y creo estar preparado para eso. Pero no cualquier trabajo, porque yo tengo que comer”, explica con la lucidez de sus 80 años.

Estudiante
En 2008 recibió el título y este año, con una beca al 100 por ciento que le otorga la UCA, empezó la licenciatura en administración de empresas. “Son cuatro años. Y en el curso de ingreso saqué 10 en matemática. Estoy cursando cinco materias, y todas me resultan interesantes, como macroeconomía, a la que considero muy importante”.

Cuando se le pregunta cómo es para una persona de sus edad relacionarse con chicos que apenas alcanzan los 20 años, Julio simplifica respuestas: “Me sentí cómodo, nunca tuve problemas para nada. No me marginaron. Lo que pasa es que toda mi vida estuve acostumbrado al ambiente estudiantil. Entonces la edad nunca importó, al menos para mí. Si se da la oportunidad, trabajamos en grupo. Y todos hablamos por igual”.

Hoy el ambiente universitario de la Católica lo quieren más. Las chicas del bar lo miman y sus compañeros lo ayudan. Y don Julio, íntimamente, ya está pensando en qué otra carrera podrá seguir ampliando su horizonte una vez que consiga este título. Aunque por fuera prefiera decir que quiere ir paso a paso.

Por Mario Candioti / La Capital

FUENTE: Diario la Capital
http://www.lacapital.com.ar/ed_educacion/2011/8/edicion_121/contenidos/noticia_5030.html

lunes, 8 de agosto de 2011

Tengo un sueño - Por Martin Luther King, Jr.

Discurso pronunciado por Martin Luther King, Jr. en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington en agosto de 1963

Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país.
Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.


Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.
También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.
Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"
Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".
Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.
Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".



Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antesecores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.
Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".
Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"

Washington, DC
28 de agosto de 1963

jueves, 4 de agosto de 2011

No sabe nadar, pero se tiró al río y salvó a un hombre que se ahogaba

A Luciano Alvarez no le importó no saber nadar. Ni siquiera se detuvo a pensarlo cuando ayer se arrojó a las aguas del Paraná con la intención de salvarle la vida a un hombre que se estaba ahogando. El joven, de 24 años y okupa de la barranca, se convertiría luego en una especie de héroe urbano, una vez que su actitud tomara trascendencia pública.

Cerca de las 11, A.V., de 43 años, apareció sobre los muelles abandonados de la zona de avenida Francia y el río (frente a las nuevas torres Dolfines Guaraní) con la intención de suicidarse. Para eso se había atado una piedra a la cintura y pretendía saltar al agua.

Luciano dormía y alguien le avisó lo que estaba ocurriendo. Vio que el hombre estaba por arrojarse y trató de convencerlo de que no lo hiciera. Sin embargo, ese método no resultó: minutos después A.V. ya estaba en el canal principal del Paraná, pero la piedra que se colocó se había desprendido.

Luciano no dudó en ir tras él, aunque cuando ya estaba cerca también comenzó a hundirse. "El hombre tenía la cabeza debajo del agua y parecía que ya no respiraba, quería ayudarlo pero yo no aguantaba más", relató.


Ese momento fue desesperante incluso porque quienes estaban en la costa dudaban a esa altura de un posible final feliz: ya eran dos las personas que perdían estabilidad en el agua.

Afortunadamente, pasaron algunos segundos cuando llegó la policía y les arrimó una soga. Luciano pudo agarrarse y, a la vez, seguir sosteniendo al hombre que busco suicidarse.

Los efectivos tiraron de la cuerda hasta lograr que ambos llegaran a la costa. De inmediato, un grupo de paramédicos comenzó las tareas de reanimación destinadas a A.V. y lo trasladaron en una ambulancia.

Luciano estaba bien y conforme por la tarea realizada. Al hablar, dio una lección de solidaridad. "A mí siempre me salvaron, nunca lo hice yo por otro. Antes de que se tirara quise convencerlo y le dije: «Yo no tengo familia, vivo en la calle (decidió hacerlo hace 5 días) y ¿vos te vas a quitar la vida?»".

Cuando La Capital le preguntó cómo logró rescatar al suicida, contestó sin medias tintas: "Lo salvó Dios".

Por Pablo R. Procopio / La Capital

FUENTE: DIARIO LA CAPITAL
http://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/No-sabe-nadar-pero-se-tiro-al-rio-y-salvo-a-un-hombre-que-se-ahogaba-20110804-0003.html

miércoles, 3 de agosto de 2011

Los consejos de Patch Adams

Hunter (Patch) Adams es un médico diferente. No sólo es payaso sino que cree que «curar puede ser un intercambio de amor y no una transacción económica».

En 1963, después de que se suicidara su tío, la madre de Patch le llevó a un hospital psiquiátrico porque también él había tratado de suicidarse. Se encontró en la misma habitación con Rudy, un hombre que sufría alucinaciones y tenía miedo de las ardillas. En lugar de ignorarle, o gritarle para que se callara, Patch decidió jugar con Rudy y pasarlo bien. Logró que Rudy dejara de tener miedo.

Patch descubrió así que era muy fácil relacionarse con cualquiera. Poco después, se fue del hospital y se matriculó en la Universidad de George Washington. Muchas noches, solía pasar su tiempo entre barrotes, averiguando por qué la gente estaba encarcelada. Y así se convirtió también en un manifestante político y en un "objetor concienzudo" de la Guerra de Vietnam. Hoy sigue siendo un activista social. Luchó contra la política de Bush, y sigue luchando contra el consumismo,... «Es humillante que una persona que da patadas a un balón gane más que un profesor de colegio», dice Adams.


En su época de estudiante de medicina, Patch empezó a soñar con un lugar donde los pacientes pudiesen ir a curarse sin tener que pagar, un lugar amistoso, alegre, donde nadie temiese estar, no como en los hospitales, que asustan a muchas personas. Patch estudió Medicina para usarla como herramienta de cambio social.

Estaba convencido de que la salud de una persona no se puede separar de la salud de la familia, de la comunidad y del mundo. Y, como consecuencia de esas creencias, Patch Adams y unos amigos fundaron el Gesundheit! Institute, que funcionó como un hospital de comunidad durante 12 años. Más tarde, tuvo dos hijos: el mayor se llama Atomic Zagnut, que nació en 1975, y Lars Zig, que nació en 1989.

Hoy, Patch Adams recoge donativos para el Gesundheit! Se ha convertido en un conferenciante muy solicitado (ver vídeo), y todo el dinero que consigue por las conferencias (unos 11.000 euros), se invierte en Gesundheit! A cambio, Gesundheit! le paga un sueldo de unos 45.000 euros al año.

También organiza cada año viajes alrededor del mundo con grupos de payasos voluntarios que llevan esperanza, alegría y el juego a huérfanos, pacientes y personas.

Su vida es el tema de la película Patch Adams, interpretada por Robin Williams.



Patch te ofrece unas preguntas. «Toma 10 y llámame por la mañana»:

1. Recoge la basura que encuentres en una zona de tu ciudad; y vigílala. Cuenta lo que has hecho.

2. Sé amable con todos a todas horas. De forma exagerada.

3. Ofrece tu hombro o un masaje de pies en cualquier ambiente.

4. Manifiéstate en favor de la justicia, sin importar lo que cueste.

5. Ve una vez a la semana a una residencia de ancianos a visitar personas, como si fuesen tus amigos.

6. Apaga la tele y conviértete en alguien interesante. Actúa.

7. Considera ser tonto en público. Canta en voz alta. Lleva ropa divertida.

8. Improvisa encuentros informales con vecinos, compañeros de trabajo, extraños, en los que cada uno traiga algo. Trabaja para vivir en familias ampliadas.

10. Pasa tus vacaciones en tu propia ciudad y gasta el dinero en trabajar en proyectos que ayuden a construir tu comunidad.


FUENTE:  KINDSEIN.com


Si te interesa colaborar con la obra de Patch Adams o con el instituto Gesundheit! puedes ingresar al sitio http://www.patchadams.org/

martes, 2 de agosto de 2011

Soy leyenda: El mito Javier Zanetti

Embajador argentino en el fútbol italiano, coleccionista serial de premios, marcas y reconocimiento, ganador de todos los títulos en 2010 y emblema de la asistencia perfecta. A los 37 años, el Pupi se mantiene vigente en la Selección y representa el espejo perfecto en el que pueden reflejarse los jóvenes.
                                          Zanetti en la selección argentina

El partido se siguió jugando, aunque nadie sabe bien qué pasó en esos minutos. Los ojos de los hinchas y las cámaras estaban fijos en lo que hacía Javier Zanetti fuera de la cancha. Uno por uno, el Pupi saludó a todos, incluido el hombre que levantó el cartel y anunció el cambio. Lo aplaudieron hasta los jugadores rivales. Fue uno de esos momentos que ameritan una pausa para escribir un pedacito de historia, como una de esas fotos en RAW que hasta las cámaras más modernas se toman un segundo para grabar bien.

Lo reemplazó Davide Santon, uno que aprendió a caminar cuando él ya jugaba en la Primera de Talleres. Luego llegó el abrazo con su técnico Leonardo y el resto de los suplentes, y siguió la caminata por detrás de los bancos, mirando al público, tirando mil besos al aire y recibiendo a cambio un millón. Esa noche contra el Cesena, Zanetti acababa de transformarse en el jugador con más partidos en la historia del Inter en la Serie A.

Detrás habían quedado los 519 de Giuseppe Bergomi. El Tío, como lo apodan, fue su compañero y capitán cuando él llegó a Italia en 1995, con la misma cara de nene que tiene hoy. En las tribunas, los hinchas mostraban banderas preparadas para la ocasión. Sobresalía una, de casi 30 metros de largo: “Javier Zanetti, superaste al Tío y todavía parecés su sobrino”.

El ex arquero Gianluca Pagliuca lo felicitó por televisión: “Espero que puedas jugar dos años más, ‘Avier’ –le dijo en vivo–. Pero sólo dos años, por favor, porque si no, me vas a sacar el récord de 592 partidos en Serie A”.

Il Capitano, como le dicen en Italia, ya ingresó en un mundo de fábula que muy pocos conocen y del que ya nunca saldrá. Cada partido que juega, en el Inter o en la Selección, significa una nueva marca. Ya no hay domingo ni miércoles que no impliquen un récord. ¿Presencias europeas? Lo tiene él. ¿Años de capitanía? El. ¿Partidos en Serie A? El. ¿Presencias en la Selección? El. El chico que ayudaba a su papá como albañil hoy ya construyó un rascacielos, solito y a puro empeño.
Jugando para Banfield contra Boca

Con el golazo que le hizo al Tottenham en la zona de grupos de la Champions League, también se convirtió en el jugador de más edad en meter un gol en esa competencia. Tiene 37 años, pero físicamente está en plenitud. Cada temporada deja para el compilado en Youtube alguna de sus características apiladas (como la de esta Champions contra el Twente, no se la pierdan) aunque su perfil en el campo dista mucho de aquel lateral de arranque feroz pero con neto sentido vertical.

La evolución de Zanetti lo transformó en un jugador que se especializa más en cortar la cancha que en il trascinatore de fines de los 90. Por entonces lo habían apodado tractor, pero quizás sea más tractor ahora, recorriendo el campo de lado a lado, haciendo el trabajo sucio (pero limpio, siempre limpio) y transformándose en un as para los relevos, para el toque preciso y para encontrar un espacio libre para la recepción. Con más sentido transversal de su juego, la zona de influencia de Zanetti se maximizó, como les sucede a muchos jugadores que pasan cierta edad y corren mejor la cancha, pero su físico –al contrario de los de la mayoría– se mantiene intacto. O sea que aquellas apiladas de gambeta larga aún aparecen, aunque ahora ya no limitadas a la raya, sino que quizás vengan por el medio o por izquierda (repetimos, vean su jugada contra el Twente).

En Holanda, Ruud Gullit volvió a definirlo como el mejor argentino: “Es un jugador que nunca pierde una pelota, que puede jugar en cualquier puesto y en todos rinde por igual, que físicamente está por encima de la mayoría, sin importar la diferencia de edad. Es el futbolista argentino más inteligente que uno puede encontrar”, le dijo a El Gráfico en Rotterdam.

Su DT Leonardo tampoco bromea a la hora de describirlo: “El suyo es un caso para estudiar. La constancia, el modo en que juega los partidos, es simplemente increíble. También es impresionante su recuperación pospartido. Zanetti es un mito. Su historia es hermosa”.

Lo mejor de esa linda historia de Zanetti en Italia quizás no pase por estos últimos cinco años de títulos, como uno podría pensar. Es cierto, con el collage de copas que levantó podríamos empapelar una pared entera. Pero a estos años les precedieron otros, sin trofeos, en los que igual se ganó el reconocimiento unánime. Un respeto que le hizo perder su nombre, su apellido y su apodo, para pasar a ser simplemente Il Capitano. Así, a secas. Como Maldini en el Milan.

Y hace falta aclarar que el Inter no es la Sampdoria ni el Udinese, que pueden permitirse no ganar. Al contrario, es el club que más vende en tiempos de crisis. O el club al que más fácil era encontrarle una crisis, en tiempos de calciopoli. La Juventus tenía la omertà de Moggi; el Milan, la ley mordaza del protectorado de Berlusconi. Era fácil que el Inter fuera un escándalo. Con Cúper, con el 5 de mayo, con Vieri, con los pasaportes, con el locuaz Moratti, con Ronaldo, con los tantos técnicos echados o con los refuerzos mal elegidos.

Entonces, que en ese período un extranjero se haya convertido en el capitán con más años en la historia del club, además de un ícono del público y de la dirigencia, ayuda a entender que el reconocimiento de hoy no es solo producto del presente dulce. Al contrario, el respeto ya estaba amasado y procesado, aun con las vitrinas vacías, salvo por aquella Copa Uefa contra la Lazio en la que marcó un gol en la final. El escándalo de calciopoli ayudó a que la vitrina se llenara de golpe.

Igual sorprende que durante una década sin victorias, Zanetti no haya sido fagocitado por la exigencia de renovación producto de un clima inestable y de recambio permanente de figuras. Ni siquiera lo tentaron las ofertas para irse a clubes que le ofrecían sueños de gloria más convincentes, como el Real Madrid o el Manchester United en 2000.



Javier Zanetti con sus padres

Su estatua de cera ya estaba puesta en el museo del Meazza antes de su primer scudetto: allí hay solo 12 jugadores del Milan y 12 del Inter. Son los mejores de todos los tiempos, como para jugar un picadito de madrugada al estilo de Una Noche en el Museo.

Massimo Moratti, el hombre que considera a Zanetti primero parte de su familia y luego el capitán de su equipo, lo pone a la altura del recordado Giacinto Facchetti, lateral del Inter de Helenio Herrera y un ejemplo de conducta fuera de la cancha. “Facchetti y Zanetti son los máximos símbolos del Inter. Lo que más sorprende de Javier es que siempre da más de lo que se le pide. Como interista, él es nuestra bandera”.

En el año 2007, veinte días después de la muerte de Facchetti, el plantel aún estaba conmovido. En Florencia, Javier salió a la cancha con un brazalete especial. La cinta decía: “Sos todo lo que un hombre debería ser. Te vamos a extrañar”. Para los jóvenes, Zanetti significará lo mismo que supo transmitir Facchetti a las generaciones anteriores.

Está en cada uno dejarse cautivar por valores como la corrección, la constancia y el profesionalismo, pero esto no invalida ninguna de las virtudes del Zanetti-jugador, que primero y principal rinde en el campo.

Sergio Batista, por lo pronto, dio su veredicto: lo convocó en el primer amistoso de su ciclo y ya lo confirmó para la Copa América. Daría la impresión de que lo quiere para que sea el referente máximo, dentro y fuera de la cancha. Como pasa en Italia.

Carismático desde su forma de jugar y sus ganas de sumar, sin vestigios tribuneros ni actitudes guerreras, la influencia real de Zanetti es aún difícil de medir.

El ciclista italiano Eros Capecchi, por ejemplo, corre con el brazalete de capitán del Pupi. “Es mi ídolo. Lo admiro porque es un gran campeón pero también un ejemplo como deportista”. Otro caso: en Beijing, un grupo de hinchas chinos lo esperaban en el aeropuerto con una pancarta con su foto donde le daban la bienvenida. En el Inter, Zanetti ayudó a moldear a una camada de jugadores que cada vez se le asemejan más en conducta y carácter: de Cruz a Burdisso, de Cambiasso a Samuel y Milito, citando solo los argentinos.

Si hubiera que trazar un perfil del deportista ideal, sería difícil no tentarse y empezar haciendo un desglose de Zanetti, como para moldear los grandes trazos: actitud, aptitud, constancia, profesionalismo, interés, sencillez, liderazgo y perfil bajo. Mientras otros filman publicidades donde luchan con dinosaurios para mostrar los últimos botines galácticos, él es la cara del calzado deportivo Gaelle. Y no por eso pierde ningún anillo.

El marketing y los excesos no son lo suyo, salvo por el exceso de entrenamiento: hasta cuando llegó para casarse con Paula pidió ir a entrenar. “Zanetti fue, es y será un ejemplo para un montón de chicos. Ahora, cuando trabajo con un grupo selectivo, les digo siempre lo mismo: ‘Si se entrenan, se preocupan, se cuidan y hacen caso, van a llegar… Una vez en tal año yo dije esto mismo y un chico se lo creyó. Ese chico hoy es el capitán del Inter y récord de partidos en la Selección… Y estaba sentado como ustedes. Y si le pasó a él, por qué no les va a pasar a ustedes”, cuenta Norberto D’Angelo, el técnico que lo promovió en Talleres. Y agrega: “Javier trabajaba repartiendo leche en un carro y no podía entrenarse por la mañana con nosotros. Entonces, hablé con el hermano y Javier le pidió permiso al dueño del camión; dejaba el carro a las 8.30 de la mañana en la puerta del club y luego se entrenaba”.

La Fundación Pupi que creó junto a su mujer no influye en la definición que pueda recibir como futbolista, pero sí como persona. Su suegro, Andrés, la dirige; su suegra, Mónica, está a cargo del gabinete pedagógico. En Milán, con Cambiasso, también abrió una escuelita de fútbol para los chicos que buscan un lugar donde jugar.

Su sencillez sorprende incluso a quienes más lo conocen. En 2005, por un problema en la pelvis, Pupi pasó un tiempo en Buenos Aires y paró en Talleres. “Vino con un fisioterapeuta italiano y pidió permiso para entrenarse. No lo podía creer. Si el club es de él. Encima, llegó al vestuario y preguntó si podía pasar. ¡El capitán del Inter nos pidió permiso! Eso habla de lo buen tipo que es. Cuando se fue, regaló todo. Te imaginás lo que fue para los muchachos tener una pilcha del Inter”, cuenta D’Angelo desde Necochea, usando uno de los pantaloncitos que ligó del Pupi.

Ningún jugador de un país que aún debate si Messi es tal cosa o tal otra, puede salir indemne de las críticas. Y Zanetti no es la excepción. Pero tampoco le interesa serlo.

Si tuviera un poco de malicia, quizás no se habría quedado sin ir al Mundial de Sudáfrica. Del Mundial 2006 se recuerda la polémica por la exclusión de Germán Lux, el tercer arquero. Zanetti no dijo ni mu. En el 2010 pasó lo mismo. Se bancó las Eliminatorias y se quedó sin lo que habría sido su tercera Copa. Se mordió los labios de la bronca, dio vuelta la página y siguió. Vale recordar que en ambos Mundiales la Selección jugó con Burdisso, Scaloni, Coloccini, Jonás Gutiérrez y Otamendi en el puesto de lateral derecho. Aunque la posición más lógica de Zanetti en Sudáfrica hubiera sido al lado de Mascherano, la rueda de auxilio que más le faltó al equipo de Maradona. La misma que ejecutaba el Pupi en el Inter de Mourinho.

En ese 2009/2010 jugó todos los partidos salvo uno por suspensión, primer faltazo en tres años. Alternó entre volante derecho, central, izquierdo y lateral izquierdo. Muchas veces, cambiando de rol durante el juego. “Alguien que tiene vida de profesional verdadero demuestra que puede jugar siempre”, dijo Mourinho en la última nota de El Gráfico. Entre los ejemplos citados, naturalmente destacó a Zanetti. Como técnico, Mou pide intensidad e inteligencia: Zanetti sobresalía en ambos. Cuando superó en presencias a Facchetti (634), el portugués se sacó el sombrero: “Qué puedo decir... Para mí es un honor haber sido uno de los técnicos que dirigió a Zanetti”.

Ahora al Pupi solo le queda ir por un récord: los 758 partidos del Tío Bergomi en sus 20 años interistas. Javier lleva 728 y contando. Desde Italia, Bergomi dice: “Las marcas están para romperse. Si Javier se queda con la mía será un honor. En su primer día hicimos un ejercicio con pelota y nadie se la podía sacar. Ahí me di cuenta de que podía hacer historia. Hace poco dije en broma que él podía jugar hasta los 50. Ahora digo en serio que si quisiera, podría jugar hasta los 45. Tiene un físico superdotado y una resistencia única que no decae durante el partido. Es como Maldini: decidirá él cuándo quiere dejar. También puede ser un gran dirigente, porque tiene muchos valores para transmitir”.

Así, ladrillo por ladrillo desde hace más de 15 años, se construye el mito de Zanetti. Su historia tiene poco de hadas y mucho de trabajo. Un caso para estudiar. Y para imitar.


Por Martín Mazur y Darío Gurevich / Fotos: Archivo El Gráfico



FUENTE: REVISTA EL GRAFICO
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