lunes, 26 de diciembre de 2011

Cristian y su perra Lola, un equipo de rescatistas con la vida como bandera

Están juntos desde hace 4 años. Participaron en misiones por grandes desastres naturales Han sacado a personas de entre los escombros amenazantes y escaparon de ataques
Cristian Kuperbank no la tiene fácil. Eligió ser solidario, poner el cuerpo y el alma para salvar vidas. Es rescatista de víctimas de sismos y otros desastres naturales. Tiene una perra, Lola, y no como mascota. Juntos forman un equipo que participó en tragedias de las que el mundo oyó hablar y mucho. Desde el alud de Tartagal en 2009, el devastador terremoto de Haití en 2010 -que superó largamente las 200 mil víctimas fatales- hasta el que padeció Turquía hace apenas semanas También participó en los rescates de personas en el alud de Guatemala de mayo de 2010 y en el terremoto y tsunami en Chile en febrero de 2010. Un joven que piensa en la vida arriesgando la propia y la de su inseparable compañera.
Cristian nació en Comodoro Rivadavia hace 24 años y es porteño por adopción, aunque vivió varios años en la ciudad de Posadas. Está en pareja con Miriam, con quien tuvo a Demian, su hijo de 5 años.
Cristian trata de restar dramatismo a la esencia de su trabajo cuando ante la primera consulta asegura que "esta vocación me llena de deudas". Y casi como si no hiciera falta empieza una especie de catarsis, suelta que "no me pasó nada en la vida que me marcara de tal manera para que yo elija esta profesión. Empecé a dedicarme a los perros a los 14 años por una cuestión familiar. Entrenaba perros para seguridad, para detección de sustancias ilícitas y ese tipo de cosas".

Cristian, de 24 años, y su perra Lola, una labrador de 5 años,
buscando sobrevivientes tras el sismo de Haití.
Los dos han estado, además, en siniestros ocurridos en Guatemala, Turquía y Chile.
Cuenta que hace algunos años tuvo la oportunidad de capacitarse en Barcelona en un curso de entrenamiento de perros para localización de cadáveres. Pero Cristian nunca había trabajado con perros rescatistas. "Empecé en Ezeiza en 2007 y con el tiempo intenté formar un equipo. Fue algo muy revolucionario. Hoy el nombre del grupo es Unidad Ong K9 Ezeiza. Grupos hay en todo el país, pero el único que sale a rescates es el nuestro. Ese año, en agosto, ya me fui al terremoto de Pisco, en Perú, convocado por un equipo catalán. No tenía perro, pero me llamaron para que viviera la experiencia. Fui para apoyo logístico", detalla.
Haber estado en Pisco fue una experiencia muy buena para él. "Me sentía como en mi casa, pero te tenés que conseguir de todo, casa, comida, transporte, siempre poniendo plata de tu bolsillo".
Ese mismo año apareció Lola en su vida, una labradora española color chocolate con un carácter especial y una tenacidad resaltada por su coequiper humano. "Fue el primer perro de rescate que apareció en mi vida. Tenía otro con problemas de cadera y no podía trabajar para esta función", recordó. Fue su amigo José Luis quien le insistió para que se quedara con el animal. Y luego de chequearla un colega español, Cristián inició su relación entre afectuosa y laboral con Lola.
Cuando se lo consulta sobre si la raza es la que convierte al animal en el más apto para este tipo de actividades, Kuperbank asiente y lo define: "El labrador es una de las razas predilectas para este trabajo. Como ítem distintivo hay que buscar un perro con un olfato apropiado. Y el labrador la tiene. Se necesita un perro ágil, con extremidades medianas o largas para poder moverse en estructuras colapsadas. Y es clave que sea sociable".
En febrero de 2009, el país se conmovía con las imágenes que venían desde Tartagal, en la provincia de Salta. Un alud de agua y barro provocado por intensas lluvias dejó un saldo de dos muertos, mil viviendas destruidas y pérdidas millonarias. Para Cristian y Lola fue su debut como rescatistas.
"Fue una gran experiencia. Allí también trabajamos con Xica, que es la perra de mi compañero Emiliano. Pasamos una situación en la cual es imposible entrenar, como es un alud. Nos fuimos a Tartagal con 50 grados de calor y pleno brote de dengue. Pero respondimos bien, laburando con barro hasta la rodilla. Cuando vimos lo que había dejado el alud era claro que allí ya no había vida. Pero debíamos trabajar. En esas instancias uno libera gran cantidad de adrenalina, uno se pone a full pero tratando de manejar la situación con tranquilidad y criterio; si no, no sirve", explicó.
—¿Cuál es la vida útil un perro rescatista?
—Un labrador tiene un promedio de vida de unos 15 años. Y un perro de rescate puede trabajar hasta los 10 años. Mi perra tiene 5 años y el año que viene deberá ser retirada. Ya participó de seis desastres y ha tenido un desgaste importante. Y no es lo mismo tener un perro que nunca fue a ningún lado a tener uno que vive de tragedia en tragedia. Es una manera de retribuirle lo que el animal da. Ya estoy pensando en entrenar a otro animal y hacerle tener cría a Lola porque quiero quedarme con algún cachorro.
Vocación
"A uno lo mueve la vocación de servicio, dar una mano. Lo único que te motiva es la voluntad de ayudar. No hay motor más grande que el de las ganas de hacer. Para nosotros, que trabajamos de manera voluntaria, nuestro pago es el trabajo realizado. Sé que en algún momento me voy a retirar. Por ahí me dedicaré a capacitar gente o ayudaré a otros. También tengo el berretín de estudiar chef, otra de mis pasiones", asegura Cristian Kuperbank.
"En Haití se cayó toda la ciudad, fue el mayor desastre de los que participé"

En enero de 2010, uno de los países más golpeados del planeta y el más pobre de América, Haití, recibió otro devastador golpe a su ya paupérrima situación económica y social. Un terremoto de 7 grados en la escala de Ritcher afectó principalmente a la capital Puerto Príncipe y provocó 200 mil víctimas fatales.
   Para Cristian Kuperbank fue “lejos el más grosso de todos los desastres de los que me tocó participar. Se cayó toda la ciudad. Una por la magnitud del sismo y otra cosa porque olvidáte que en un país como Haití haya normas de control de calidad de materiales. Sumále la pobreza estructural de esa nación, eso magnificó todo”.
   Fue impactante —recuerda—. Desde República Dominicana me fui en un vuelo con unos sudafricanos y en el aeropuerto me encontré con el grupo mexicano Los Topos, a quienes había conocido en Pisco. Al otro día ya empezamos a trabajar con Lola porque ellos no tenían perro. Fue un buen complemento porque estos tipos hacen cosas insólitas, entran a estructuras colapsadas”.
   Suena raro escucharlo decir que “tuvimos suerte” de rescatar nueve personas vivas y “ocho cadáveres”. A todos los marcó Lola. “Nunca había estado exigido al extremo de trabajar 20 horas por día, de dormir una hora, soportar temperaturas altas de día y muy bajas de noche”, evoca.
   Recordó que “llegamos a un hotel cinco estrellas. Por allí habían pasado numerosos equipos de rescate y todos habían dicho que no había nadie. En ese edificio vivían diplomáticos. Una mujer guatemalteca sostenía que su marido uruguayo y su hijo seguían ahí. Y empezamos a trabajar y los encontramos. Eramos 7 u 8 personas al principio y terminamos siendo 60 laburando a full. Y así se integraron paraguayos, franceses, chilenos y estadounidenses casi 20 horas por día. Lamentablemente las dos víctimas habían fallecido”.
   Otro trance destacado lo vivió cuando por expreso pedido del Vaticano se dio la orden de encontrar al arzobispo de Puerto Príncipe, Joseph Serge Miot. “Tardamos más de 12 horas en sacarlo porque medía más de 1,90 metro y pesaba como 170 kilos. También lo sacamos sin vida. Hubo que hacer mucha fuerza y no siempre a los túneles podíamos entrar todos para poder ayudar. También encontramos a la suegra del entonces presidente René Préval, quien murió en su casa”.
   Recuerda con angustia el día que estuvieron casi 14 horas trabajando para sacar un chico de los escombros. “Se logró estabilizarlo. Pero cuando lo tuvimos afuera del túnel murió. Eso te parte al medio, por suerte hoy lo puedo manejar de otra manera desde lo mental, aunque me costó mucho”.
   Hay, asimismo, lugar para las alegrías. “Nos pasó algo insólito. Un día rescatamos unos chicos en un orfanato. Terminamos de trabajar, nos relajamos y horas más tarde en el campamento nos pusimos a jugar con unos nenes que estaban heridos y alguien nos dijo “¿saben quién es el nene éste?”, es el que sacaron ustedes hoy a la tarde. No sabíamos si reírnos o llorar. Fue muy fuerte”.


Por Mario Candioti
FUENTE: DIARIO LA CAPITAL

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