Un lugar puede remitirnos a historias y realidades totalmente diferentes.
Si miramos en la actualidad la esquina de Mitre y Catamarca en Rosario, en su ochava noreste se levanta imponente un Hotel de 5 estrellas de 17 pisos.
Posee un estilo arquitectónico moderno, en su parte superior se destaca una pirámide vidriada, como todo hotel de 5 estrellas posee piscina climatizada, salones de eventos, spa, habitaciones con las mejores comodidades que se pueden ofrecer en el mercado en la actualidad, hidromasajes, etc.
Este hotel se inauguró en el año 2006, pero se construyó sobre una estructura que databa de varios años atrás. A la misma en el barrio le llamábamos “el esqueleto de Mitre y Catamarca”.
Esta historia que voy a relatar sucedió en el año 1983, tal vez 1984, en ese tiempo funcionaba no muy lejos de allí un grupo juvenil llamado Centro Cristiano de Jóvenes. Este se encontraba en frente del Colegio Salesiano San José por calle Presidente Roca entre las calles Salta y Jujuy.
Al Centro Cristiano de Jóvenes concurríamos por lo general alumnos y ex alumnos secundarios de los Colegios Salesiano San José, Nuestra Señora de los Ángeles, María Auxiliadora, Nuestra Señora del Huerto y cualquier joven que tuviese la inquietud de vivir la adolescencia y juventud de una forma distinta centrando su vida en Jesús.
Entre tantos amigos y amigas de nuestro querido C.C.J. sobresalía una persona la cual nunca pasaba desapercibida, se llamaba (se llama) Mario, todos lo llamábamos Marito.
Marito es de aquellas personas que son “tómelo o déjelo” por su forma de andar y actuar en el mundo, muchas personas lo tomaron, otras lo dejaron. A partir de la historia que les voy a relatar yo aprendí a conocerlo y a tomarlo definitivamente como uno de mis mejores amigos hasta el día de hoy. Yo lo llamo un poco en broma un poco en serio “San Plomo”.
Paso a detallar, una tarde estaba haciendo mis actividades en el C.C.J. cuando aparece Mario y me dice “Negro acompañame”, yo le contesté ¿a donde vamos?, él me dijo: “vos seguime”.
Primero fuimos a buscar unas maderas que tenía especialmente guardadas por lo visto desde hacía un tiempo. Las cargamos y me pidió nuevamente que lo siguiera, yo le pregunte a donde vamos y me dijo: “vamos a hacerle una cama a Polo”.
-¿Quién es polo?
-Vos seguime.
Y seguimos caminando por Pte Roca, doblamos por calle Catamarca hacia el río Paraná, el estaba en unos de esos días donde permanecía en silencio pero se le notaba en la mirada que tenía una idea fija en su mente.
Llegamos a la esquina de Catamarca y Mitre, Marito se dirigió al esqueleto que se erguía tan silencioso y frío como siempre. Corrió unas maderas que hacían las veces de portón y pasamos, me dio una linterna y me pidió que lo alumbrara.
Bajamos por lo que era la rampa de la futura cochera, en ese lugar la única luz existente provenía de la linterna que yo llevaba encendida. Esa pequeña luz ponía en evidencia a la más profunda oscuridad que yo haya percibido en mi vida, más aún la humedad reinante hacía el ambiente casi irrespirable.
De pronto de la penumbra comenzaron a surgir voces en forma de susurros, quejidos, gritos del alma, no tengo palabras para describirlo. Esto era asimilado por mi corazón de una manera que nunca había conocido y experimentado. Eran mendigos y linyeras que pasaban la noche en ese sótano húmedo y oscuro.
“Negro, negro, alumbrá hacia el fondo…” me dijo Mario. Yo hice lo que me dijo y en ese momento surgió la silueta de la sombra de un hombre acostado en el piso. Era Polo.
En ese lugar Mario se las arregló para acomodarlo un poco y para hacerle una cama con las maderas que llevamos, mi función fue iluminar, ser testigo de este acto de amor y ayudar en lo que me indicara Marito.
Al terminar saludamos, y subimos la rampa dejando ese sótano sumido nuevamente en la más profunda oscuridad.
Esta historia jamás salió en un diario, en ningún periódico, ni siquiera en el boletín parroquial de ese entonces.
Como en otras notas de Títulos Felices hay alguien que se hizo esta pregunta: “si no lo hago yo, ¿quién lo va hacer?” , en este caso fue Mario, y él actuó en consecuencia y sacó a Polo del piso húmedo.
Mario dio un poquito de AMOR, ese AMOR con mayúscula que hizo recuperar a Polo aunque sea un poco de ese tesoro incalculable necesita el ser humano para sentirse realmente como tal: LA DIGNIDAD.
Por Edgardo Consiglio para TITULOS FELICES
3 comentarios:
Desconocía este Blog, pero si las numerosas historias de solidaridad de mario y tuyas, a quienes atesoro en mi corazón adolescente, un abrazo a ambos
Susana
Qué buen recuerdo!!!! cuánto aprendimos unos de otros en esos días! unidos en el Espíritu hasta hoy!
Yo tampoco conocía esta historia....
Marito dice que otra vez entraron con José Luis a ese lugar.
Gracias!
El no se acordaba de este episodio.....y estas páginas sirven para refrescar la memoria de lo que alguna vez se hizo para Gloria de Dios.
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