jueves, 20 de julio de 2017

Los perros entran en el hospital

Poco a poco, la terapia con animales se hace un hueco en la sanidad

Pipa, Danka, Tango... Ninguno de ellos es una mascota corriente. Los tres son perros acostumbrados a caminar con naturalidad por los pasillos de un hospital, donde no se limitan a ser simples mascotas, sino que se han convertido -desde hace poco tiempo- en aliados de médicos y pacientes. El Hospital Sant Joan de Déu (en Esplugues de Llobregat, Barcelona) fue el primero en romper la barrera y dejar a un perro poner la pata dentro de sus pasillos. Desde entonces, aunque aún tímidamente, otros centros españoles se han animado a probar las terapias asistidas con perros en sus instalaciones, imitando un modelo extendido ya en otros ámbitos (principalmente en el campo de la discapacidad).Pipa recorre como Pedro por su casa los pasillos del Sant Joan de Déu, en los que nació hace casi tres años. De hecho, este Cavalier King Charles debe su nombre a una votación que celebraron los niños ingresados cuando nació. Ella es uno de los nueve perros que a diario, acompañados por técnicos especializados, recorren este centro infantil, el primero en España en lanzarse a la aventura de dejar entrar a estas mascotas profesionales por sus pasillos. Como cuenta Nùria Serrallonga, responsable de la unidad de intervenciones asistidas con animales, todo empezó en 2009, durante unas jornadas sobre humanización celebradas en el centro. «Vinieron especialistas de un hospital de Florencia (Italia) -pionero en la terapia con perros en Europa- y fue un éxito».



A partir de ahí, todo fue rodado. Los perros entraron primero al jardín de Psiquiatría, luego al interior de este servicio, el hall del hospital... hasta que finalmente pudieron visitar también las habitaciones y prácticamente todos los servicios. Sólo la UCI, los quirófanos y la unidad de neonatos les están vetados a Pipa y sus amigos, que dentro de poco también podrán conectar por Skype con los pequeños en aislamiento (por ejemplo, después de recibir un trasplante de médula ósea). «Los técnicos llevan a los perros por todo el hospital, incluso por las Urgencias», explica Serrallonga, coordinadora del programa Hospital Amic, que engloba musicoterapia, payasos, perros, magos y cualquier actividad destinada a mejorar el bienestar emocional de los niños ingresados. «El perro es mi animal favorito, me ha encantado que vengan», confiesa Elena (7 años) después de recibir la visita de Nel y Damba, a los que incluso ha leído un cuento. Cada actividad en la que están presentes los perros tiene una finalidad terapéutica. Bien distraer a niños que pasan largas temporadas ingresados o en reposo, aliviar el estrés que provocan pruebas dolorosas como una punción lumbar... «Si un niño tiene miedo de volver a caminar después de alguna cirugía de Traumatología, por ejemplo, animarle a pasear al animal también tiene como fin ayudarle a recuperar la movilidad», prosigue la coordinadora del programa. A la pequeña Cloe (4 años), lo que más le ha gustado es acariciar al animal con sus pies descalzos. «Por sus gestos y sonidos se veía que estaba muy a gusto», confiesa Patricia, la madre de esta pequeña con una enfermedad rara a quien las cosquillas en los pies le encantan. Serrallonga admite que medir científicamente los beneficios que tienen los animales es difícil. «Tendríamos que tener escalas psicológicas bien validadas, o establecer un grupo de niños de control sin contacto con los perros... Además, ¿cómo sabríamos que el efecto se debe a las mascotas y no a la musicoterapia?», se pregunta. Para que los animales puedan estar en el hospital es necesario que estén acreditados como perros de asistencia y que no exista ningún riesgo de que puedan transmitir ninguna enfermedad; algo que no ha ocurrido nunca desde que funciona el programa. De hecho, otro estudio en la revista de la Southern Medical Association (EEUU), coincidía en este extremo al asegurar que el riesgo de que las mascotas transmitan infecciones a los pacientes ingresados es muy bajo. Como explica Luz Jaramillo, coordinadora de programas de la asociación Perros Azules, los protocolos sanitarios que certifiquen que el animal está sano y no supone ningún riesgo de transmisión de enfermedades a los pacientes ingresados son los trámites que más burocracia requieren antes de que la mascota pueda poner una pata en el hospital.



Burocracia, alergias y fobias


Estos trámites y ciertos recelos por parte de algunos sanitarios son probablemente los que han frenado a otros hospitales españoles a lanzarse a esta aventura, aunque varios centros se han interesado por el programa barcelonés y hay ya experiencias piloto similares. Es el caso del Gregorio Marañón de Madrid, que el pasado 4 de enero recibía en su unidad de Psiquiatría Adolescente la visita de Mia, Kimba y Danka, tres animales de la ONG Perros Azules. Como explica la doctora Dolores Moreno, psiquiatra de este servicio, la experiencia fue tan positiva que también ellos esperan integrar la terapia con perros de manera rutinaria como se hace en Barcelona. «Cualquier actividad no reglada dentro del hospital es complicada por la burocracia, pero en este caso, y con el visto bueno de la Comisión de Humanización, fue todo muy rápido», admite. Ella coincide con su colega del Sant Joan de Déu en que la evaluación científica de esta actividad es complicada, «pero sí te puedo decir que los adolescentes [con edades entre los 12 y los 17 años] se mostraron encantados, tranquilos, participativos y no necesitaron medicación de rescate». Las alergias y las fobias son los únicos aspectos que pueden frenar la participación de algunos pacientes. «Nunca obligamos a ningún chico a que acaricie a los perros», explica Luz Jaramillo, «pero sí es frecuente que algunos pacientes que inicialmente son más reacios al contacto con el animal luego se animen a participar». Normalmente, explica Jaramillo, cualquier raza de perro con el adecuado adiestramiento puede servir para intervenciones en un entorno médico. Y aunque abundan los labradores (como Kimba y Danka) y Golden Retriever (Mia) por su alto grado de sociabilidad con las personas, «no importa tanto la raza como las características de cada ejemplar». Los niños no son los únicos destinatarios de estas terapias. Desde que tenía 19 meses, Tango acude junto a su cuidadora -Begoña Morenza- al Hospital de Torrejón (en Madrid). «Iniciamos en 2012 un programa piloto en distintos servicios; en Neurología para pacientes con Alzheimer, en Psiquiatría, en Rehabilitación para personas operadas de cadera y rodilla...», explica. 



Y como ella misma reconoce, «aunque en algunos ha ido fenomenal, en otros casos se ha determinado que no aporta ningún beneficio a nivel clínico. Ésa es nuestra lucha diaria, investigar, publicar y demostrar si la terapia con perros funciona o no». Tango, que acaba de recibir el 1er Premio Mascota Comprometida con la Sociedad que otorga el Colegio de Veterinarios de Madrid, vive a diario con su cuidadora y ya prepara la siguiente sesión en el servicio de Psiquiatría. «Sobre todo estamos trabajando con niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad, ancianos con depresión, adultos con esquizofrenia y jóvenes con psicosis», explica Helena Díaz, jefa de Psiquiatría del Hospital de Torrejón y quien, confiesa, «era una escéptica inicialmente». Después de tres años de experiencia, muchas pruebas de ensayo-error para ir ajustando las sesiones, y un solo caso de alergia en un paciente que nunca había tenido problemas, la doctora Díaz asegura que los resultados son muy satisfactorios. Como esperan publicar pronto en una revista científica («porque hemos aplicado siempre una metodología muy rigurosa para poder medir los efectos»), la convivencia de los pacientes con enfermedad mental con los animales se ha traducido en una reducción de las dosis de algunas medicaciones, mayor adherencia de los pacientes con esquizofrenia y otros beneficios más intangibles que se han reflejado en el bienestar de los pacientes. «Es cierto que ésta es una terapia joven y aún tenemos mucho que aprender, pero nuestra experiencia nos ha demostrado que el único límite es el escepticismo que nos podamos poner los profesionales», concluye la doctora Díaz.


Fuente:
http://www.elmundo.es/salud/2016/01/17/569935ace2704eee318b45ef.html

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