A pie desde la India
Son los años de la segunda guerra mundial. El mundo está otra vez prostrado en el polvo por la sangre de los hombres que se derrama en todos los lugares. La humanidad se quiere “autodestruir”. El mal hiere, destruye, lleva la muerte en sus manos. Sin embargo, nunca desaparecerá el bien de la faz de la tierra mientras haya personas que amen de verdad.
Es la historia de una mujer italiana, Luisa, que vio partir a su marido, Antonio, para luchar al frente de guerra. Los dos eran personas humildes y vivían sólo del trabajo manual. Reinaban la muerte y la destrucción. Cada día, ella rezaba por el regreso de su esposo. La guerra terminó. Los soldados sobrevivientes regresaron a sus hogares, mientras que los que habían perdido la vida luchando en el frente dejaban en sus familias un vacío inimaginable.
Luisa esperaba cada día la llegada de su marido. Tenía esperanza de que regresaría. Pasan los años y ella permanece todavía en espera. Las probabilidades de que Antonio esté vivo, como la luz de una vela mortecina, se van apagando. Sin embargo, espera.
Ya han pasado nueve años y Luisa todavía no goza de la presencia de Antonio. Los hijos ya no son niños; algunos, ya adolescentes. Preguntan por su papá, del porqué de su ausencia, y que si no ha muerto como un héroe. Todos los elementos externos dicen que es así, pero algo en el interior de Luisa no lo acepta. No puede ser así.
Un día, mientras ella se encontraba trabajando en el taller de la familia, una sombra invadió el lugar. Era un hombre barbudo, cansado y sucio. Luisa se espantó ante semejante visión. Pensaba que aquel individuo tenía malas intenciones. Los ojos de aquella figura desconocida se llenaron de lágrimas y con voz entrecortada exclamó: «Lui-sa». Era Antonio: después de nueve años había regresado.
Durante la guerra, los enemigos lo habían hecho prisionero. Su viaje a la cárcel fue bastante largo… demasiado. Fue encarcelado en Bombay, India. Desde entonces, su único pensamiento se cernía en cómo huir de la cárcel.
Una fotografía de su mujer y sus hijos junto con un crucifijo le daban aliento y esperanza. Se presentó la ocasión propicia; huyó. Un largo camino le quedaba por delante. A veces a pie y otras con algún medio de transporte “gratuito” regresó a Italia.
Este amor de Antonio por su familia fue lo único que le movió a arriesgar su vida, a pasar días de hambre, de frío o de dolor, a atravesar casi medio mundo para abrazar otra vez a sus seres queridos. El amor de este hombre, mi abuelo, fue más fuerte que la vida y la muerte.
Autor: Domenico di Sette
FUENTE: www.buenas-noticias.org
http://es.catholic.net/buenasnoticias/articulo.php?id=49723
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